“Dichoso el corazón enamorado
que en sólo Dios ha puesto el pensamiento,
por Él renuncia todo lo criado,
y en Él halla su gloria y su contento.
Aún de sí mismo vive descuidado,
porque en su Dios está todo su intento,
y así alegre pasa y muy gozoso
las ondas de este mar tempestuoso”. (P 5)
1.- INTRODUCCIÓN
Para Teresa el desasimiento es liberación. Y es necesaria tal liberación para llegar al señorío de si mismo. Fuera de la libertad no hay persona. Aspiración tan innata en el ser humano y que la sociedad tanto cacarea ¿verdad? Recordad, hermanos, esa libertad que, sobre todo, en los años de juventud, tanto reclamábamos… Libre, libre ¿De qué y para qué? La verdadera libertad es la que vine y la que nos lleva a Dios, la que cuaja en la masa del amor. Es para esforzados, para gigantes de la fe. Pero, ¿quién quiere ser libre? ¿No tenemos miedo a la libertad, al amor, a la verdad? Creo que mucho y muy sucintamente. "Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra... Mortificad vuestros miembros terrenos: lujuria, impureza, pasión, avaricia... No os mintáis unos a otros, después de haberos despojado de la vieja condición humana con sus acciones y haberos revestido de la nueva, que se va renovando con miras al conocimiento profundo, según la imagen del que la creó" (Col, 3, 1.2.5.9.10).
En S. Pablo la doctrina del desasimiento-despojamiento y del correspondiente revestimiento del cristiano, es la base y punto de partida de los amplios desarrollos que ha habido sobre este tema a lo largo de la espiritualidad católica. Pero fue sobre todo en los ambientes monacales donde más a fondo se meditó y más fielmente se divulgó y practicó; viendo en él el más perfecto desapego de sí mismo y el abandono confiado en Dios y en quien lo representa, la humildad más profunda y la abnegación total, el vacío o desnudez interior que abre el alma a la invasión divina y le vuelve a la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Por eso podemos decir que el desasimiento es el estado del alma que está libre de todo afecto desordenado y egoísta hacia cualquier cosa o persona. Pero el desasimiento no es sólo privación y liberación de todo apego; en efecto, a menudo se usa por los autores espirituales en una acepción más amplia, de modo que viene a coincidir, más o menos, con las palabras casi sinónimas, de abnegación, renuncia, despojamiento, desapego, desapropiación, etc. En todo caso no significa supresión de todo deseo y aspiración, ni tampoco quiere decir fabricarse un corazón duro e insensible, ya que el amor es el primero y mayor de los deberes. El amor da sentido y matriz al desapego.
Tampoco debe confundirse con la falsa tranquilidad de quien goza tranquilamente de su propia paz y bienestar, y se muestra egoístamente indiferente para con todo y con todos; ni tampoco con el desprecio ni siquiera con la despreocupación por lo creado.
El verdadero desasimiento consiste, en primer lugar, en la visión cristiana del mundo, como algo esencialmente relativo, incluso con todo lo que contiene de hermoso, bueno, grande, y que tiene que ser para nosotros una llamada continua a la absoluta belleza, bondad y grandeza de Dios, para quien estamos hechos y en quien solamente podemos hallar descanso.
En segundo lugar, el desasimiento, exige huir de toda codicia y tener moderación en la búsqueda y posesión de los bienes terrenos. De hecho, nunca tienen que convertirse en los bienes supremos, con menoscabo de los valores del espíritu.
Por algo la primera bienaventuranza dice: "Bienaventurados los pobres en el espíritu..." (Mt 5,3).
Los Místicos del Carmelo en general nos enseñan a vivir este desasimiento y a poner nuestro amor en lo esencial y así dejar a Dios que sea el centro de nuestro ser, nos dice la Santa: “Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo si va con perfección... Porque abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado...”. Para Santa Teresa de Jesús este desprendimiento o desasimiento unifica todas las fuerzas y potencias de la persona y la concentra en Dios. Además nos ayuda a ser dueños y señores ante las cosas y personas, y no esclavos; ayuda a ordenar nuestra afectividad y a no atarnos a nada ni a nadie, sino sólo a Dios.
La Santa Madre concibe la vida cristiana y religiosa como una carrera en tensión constante hacia Cristo; que supone una opción fundamental, en el sentido de constituir el Evangelio en norma de conducta y sus promesas en meta. La vida espiritual se debe basar no en sentimentalismos (¡Cómo los alimentamos!), sino en vivencia del seguimiento de Jesucristo. Teresa insistirá mucho en que lo religioso se ha de manifestar en nosotros no tanto en forma de sentimientos cuanto de actitudes, de obras. Obras quiere el Señor. De otra manera “no vendrá el Rey de la gloria a nuestra alma, digo a estar unido con ella, si no nos esforzamos en ganar las grandes virtudes” (C 16,2). La Santa Madre nos quiere vacíos, desnudos… para así poder acoger al que se despojó e se hizo carne de pecado por nuestra salvación: Cristo el Señor. Él se hizo nada para que nosotros lo tuviéramos todo “Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26-27). “Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón” (Mt 6,21; Lc 12,34). El seguimiento de Jesús exige la renuncia, liberarse no sólo de cosas, sino hasta de sí mismo para donarse y entregarse generosamente a la causa, su causa, en la perspectiva de Teresa; la renuncia es a todo lo que pueda entorpecer el seguimiento libre a Jesús y por eso su propuesta radical es: “Darnos todas al todo sin hacernos partes” (C 8,1).
El verdadero desasimiento consiste en tener una visión cristiana del mundo, como algo esencialmente bueno, hermoso, bello... pero relativo. Esto tiene que ser para nosotros una llamada continua a la absoluta belleza, bondad y grandeza de Dios y, por otra parte, nos exige huir de toda codicia y atadura.
Teresa distingue tres áreas de desasimientos: de todo lo exterior: material y social del yo, de los deudos: familiares y parientes, y de sí mismo.
2.- DESASIMIENTO DE TODO LO CRIADO Y DE SÍ MISMO
“Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; más no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo” (C 28, 1) Es vivir la máxima evangélica de “dejarlo todo para seguirle a Él” (Lc 14,26). “Yo toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que mi Amado es para mí, y yo soy para mi amado” (P.3)
El desasimiento, lo debemos considerar como la antítesis a “asir”. El diccionario castellano de aquella época lo define así: “Estar asido: estar trabado, estar atenido y estar preso” (“Tesoro de la lengua” de Covarrubias).
Así pues, ¿cómo podemos poseer las cosas sin caer en una dependencia esclavizante? Y ante las personas: ¿cómo amar sin caer en la cárcel del amor, sin crear una dependencia que encadene la libertad? ¿Y liberarse de uno mismo sin dejar de ser yo?
Fue Santa Teresa la primera en hacer del desasimiento, despojo... de la manera más explícita, la condición absoluta del pleno florecimiento de la vida de oración en contemplación perfecta. Se trata de un desasimiento que no admite excepciones de ninguna clase: "desnudez y dejamiento de todo" (3M 1,8). El alma debe "descuidarse de todo y de todos, y tener cuenta consigo y con contentar a Dios" (V 13,10).
Especialmente en Camino, la Santa enseña cómo desasirse y despojarse de todo y de sí misma para dejar sitio sólo a Dios: práctica de la pobreza perfecta, llevada hasta el abandono más confiado en Dios; desasimiento del corazón de toda búsqueda de la propia satisfacción; olvido de sí en la más profunda humildad, virtud "muy necesaria para todas las personas que se ejercitan en oración" (C 17,1).
En el pensamiento teresiano, el desasimiento es una actitud esencial para la vida religiosa. Ya que la vida religiosa es una opción por Dios, según la cual se hace de Él el único bien absoluto que se asume, quedando todo lo demás relativizado y valorado sólo desde Él. Con esta convicción comienza a hablar Santa Teresa de la virtud del desasimiento: “ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección... Abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado” (C 8,1). Siempre, siempre, el objetivo es Dios, el amor más grande (Jn 17, 20-24). Es decir, que el desasimiento tiene sentido pleno en función de la opción y entrega a Cristo, “¿pensáis, hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes? Pues en él están todos los bienes” (C 8,1).
Teresa propone el desasimiento de la persona como requisito que le permite crecer en el amor, otra vocación irrenunciable. El desasimiento es la virtud que genera la libertad afectiva y efectiva respecto a las criaturas y a uno mismo. Y encuentra su sentido en la medida que es camino que conduce a la persona a apropiarse de la libertad. Pero sobre todo, la persona recorre este camino de desasimiento, porque se siente amada por Alguien que llena su vida. Damos todo por el que Es Todo, por el Dios con nosotros (Jn 14, 6). De ahí que el desasido se encuentre ya como en un cielo, pues “se contenta sólo de contentar a Dios y no hace caso de contento suyo” (C 13,7).
¿Pensáis que es posible quien muy de veras ama a Dios amar vanidades? Ni puede, ni riquezas, ni cosas del mundo, de deleites, ni honras, ni tiene contiendas ni envidias. Todo porque no pretende otra cosa sino contentar al Amado. (C 40, 3)
Teresa hace un juicio amplio de valor sobre las realidades temporales empleando el término postizo. Aunque parezca una expresión muy genérica, sin embargo, apunta a realidades concretas, como aparece en el mensaje que nos transmite al escribir sobre su imagen de Jesús, “que aunque es Señor, puedo tratar como con amigo. Porque entiendo no es como los que acá tenemos por señores, que todo el señorío ponen en autoridades postizas” (V 37,5). Lo que Teresa nos da a entender es que ser señor, ser libre, consiste en reconocer a cada realidad el valor objetivo que se merece y así estimarlo, no el meramente social, propuesto por el colectivo.
Desasirse de la temporalidad equivale a disponer de ella únicamente en la medida que nos permite crecer en libertad, porque lo importante no es la posesión o la carencia de las cosas, sino el desasimiento afectivo, de modo que ni el tener ni el carecer puedan desviarnos de nuestra opción por aquel que da sentido pleno a nuestra existencia. “Aunque en lo interior se guarde tiempo para del todo desasirse” (C 13,7).
Otro postizo es el honor (lo veremos más adelante), los reconocimientos ficticios, reconocimientos más a las apariencias, al tener, que a valores y virtudes de la persona. El desasimiento alcanza de manera especial al postizo social de la honra, los “puntitos” de honra que tanto condicionaban y esclavizaban en el clima social del s. XVI. Teresa sabe bien que esa esclavitud influye negativamente en la convivencia de la comunidad; para que esto no suceda impone en sus monasterios el mismo trato fraternal a todas las hermanas. Fomentará el nivel cultural entre sus religiosas, pero no consentirá la honrilla que los seglares buscan en la cultura.
Queda, pues, claro que para Teresa lo postizo es equivalente a lo insustancial, a la hipocresía social. Y, aunque se refiere a realidades externas, como la autoridad y el honor que nos reconocen los demás, sin que las poseamos interiormente, sin embargo, podemos esclavizarnos a ellas. Incluso “un no se nos dar nada que digan mal de nosotros, antes tener mayor contento que cuando dicen bien” (V 31,18) superación de las preocupaciones excesivas por la opinión que de nosotros tienen los demás.
Teresa además es consciente que este desasimiento no es cosa fácil, que es un proceso, pero en el cual no estamos solos, “Su Majestad infunde de manera las virtudes que trabajando nosotros poco a poco que es en nosotros, no tendremos mucho más que pelear, que el Señor toma la mano contra los demonios y contra todo el mundo en nuestra defensa” (C 8,1). El Señor tiene más interés por nosotros que nosotros mismos.Teresa constata el desasimiento exterior que se vive en sus monasterios “ya se ve cuan apartadas estamos aquí de todo” (C 8, 2), pero falta algo más. Es el desasimiento de los deudos. “Mas la monja que deseara ver deudos para su consuelo, sino son espirituales, téngase por imperfecta” (C8, 3).
“Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero”. (P 1)
En el fondo se trata de una versión teresiana de la consigna evangélica: dejar padre y madre y hermanos y hermanas (Mc 10,29 o Mt 12,48ss). Teresa escribe estas máximas para sus lectoras del Carmelo de San José, consciente que lo que ella propone es un estilo contemplativo, ermitaño, un estilo diferente al de la Vida Religiosa que se vivía en la época, y bastante diverso del que se vivía en La Encarnación. La sombra de lo vivido en La Encarnación la acompaña, esa forma ambigua de realizar el seguimiento de Cristo. “Oh, si entendiésemos las religiosas el daño que viene de tratar mucho con deudos, cómo huiríamos de ellos” (C 9,1).
En el nuevo Carmelo, Teresa quiere evitar la intromisión de los familiares, evitar la dependencia en lo económico, psicológico y social de los propios parientes. Esa vida doble que se llevaba en la Encarnación, hacia adentro y hacia fuera. “Que si algún regalo hacen al cuerpo, que lo paga bien el espíritu” (C 9,1). Teresa tiene en mente la experiencia de La Encarnación (V 7,8,9, 23 y 24) y toda la dependencia con deudos y bienhechores que ha vivido para sostener el monasterio. Aquí en San José debería ser diferente, por eso afirmará: “lo que os pido mucho es que la que viere en sí no es para llevar lo que aquí se acostumbra, lo diga; otros monasterios hay adonde se sirve también al Señor” (C9, 3). Para quien se aventura en este camino y tiene dificultades para este desasimiento de las personas, Teresa nos da el remedio: “es no las ver hasta que se vea libre y lo alcance del Señor con mucha oración” (C 9, 4)
Teresa fue una hija, una hermana, una monja, una superiora y una fundadora entrañable. Cuando de camino para fundar una nueva casa, tomaba contacto con miembros de otras comunidades religiosas o con personas de cualquier rango social, y siempre dejaba la impresión de ser una mujer extraordinariamente agradable. Sin embargo, en la historia de su desasimiento, es entre los familiares y deudos donde más quebranta su voluntad para fortalecer la libertad. “No sé yo qué es lo que dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios, si no nos apartamos de lo principal, que son los parientes” (C 9,2). No los niega ni los rechaza, sino que los coloca en el lugar afectivo que les corresponde, donde no obstaculicen el seguimiento de Cristo. Es más, se preocupa por los suyos, pero no permite que sean obstáculo en su camino.
Ya como Madre Fundadora, deja a sus monjas un indicador práctico para evaluar con sinceridad el estado de su vida espiritual. Les sugiere que la “hermana que, para su consolación, hubiere menester deudos y no se cansare a la segunda vez, téngase por imperfecta; crea que no está desasida, no está sana, no tendrá libertad de espíritu, no tendrá paz” (C8, 3). Es un diagnóstico de un caso evidente de dependencia y de esclavitud afectiva de una religiosa o religioso que aún no ha encontrado su centro y su satisfacción en Dios.
La Santa quiere que sus monjas vivan libres de sus familiares, a fin de que vivan con libertad y sin perturbar su ritmo de vida contemplativa o de religiosas: “En esta casa, hijas, mucho cuidado de encomendarlos a Dios, que es razón; en lo demás, apartarlos de la memoria lo más que podamos” (C9, 3). Les recordará que ella ha sido “querida mucho de ellos” y que eso no impide para cumplir con los padres y los hermanos.
Aunque es indudable que estas afirmaciones chocan con nuestra visión actual de la vida religiosa, pero la que afirma esta actitud es una discípula del mismo Señor que exige a sus seguidores desasirse de familiares y hasta de sí mismo. Lo ideal para la Santa sería que los familiares del religioso participaran en las inquietudes y anhelos de éste; entonces su compañía y familiaridad sería favorable para el crecimiento no sólo del religioso como tal, sino también para los familiares en su condición de creyentes.
“En Cristo mi confianza,
y de El solo mi asimiento,
en sus cansancios mi aliento,
y en su imitación mi holganza.
Aquí estriba mi firmeza,
aquí mi seguridad,
la prueba de mi verdad,
la muestra de mi firmeza”.
c) Desasimiento interior del yo o de sí mismo: Camino de Perfección 10
“Trata cómo no basta desasirse de lo dicho, si no nos desasimos de nosotras mismas y cómo están juntas esta virtud y la humildad”.
Porque no es suficiente con desprenderse de lo material, social y familiares, es necesario también desasirse y sobre todo de uno mismo. Es que la persona tiene un núcleo y una instancia básica que la constituye y la define: el Yo, donde pasan las cosas más secretas entre Dios y el alma. Cuanto menos quede de mi yo caído, tanto más seré yo transfigurado en Jesús: Jn3, 30. La humanidad suplementaria de la que nos habla la Beata Isabel de la Trinidad en la “Elevación del alma a la Santísima Trinidad”( Rm12,1).
Comenzamos por los miedos ¡tantos¡ (Juan Pablo II, nos invitó en tantas ocasiones a no tener miedo). El demonio esparce muchas semillas de miedo en la Iglesia. Y los miedos esclavizan y esclerotizan a la persona a la hora de decidirse a hacer una opción en la vida o de asumir una responsabilidad por la inseguridad, la desconfianza que, misteriosamente, a veces se apoderan de uno mismo. Teresa no encontró reparo en compartirnos su experiencia de miedos. Por ejemplo: el momento de su decisión por la vida religiosa fue una batalla entre Dios y ella. “En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio” (V 3, 6). Pero había descubierto que lo que se acaba le merecía poca importancia y los bienes prometidos por Dios eran eternos, y encontró ahí un motivo suficiente para liberarse del miedo y abandonarse al amor incondicional, al sacrificio que tanto la acechaba. La confianza en Dios pudo más que los miedos, porque “es cosa dañosa ir con miedo este camino” (C 22,3). Ya no hay miedo que la detenga ni siquiera ante los inquisidores ni ante la enfermedad.
El reto más desafiante es alcanzar el desasimiento de sí. Porque somos conscientes, ella también, de que las fuerzas que más nos impiden el desarrollo personal, anidan en nosotros y de nosotros se alimentan. Esta convicción se apoya en la experiencia: “Desasiéndonos del mundo y deudos y encerradas aquí con las condiciones que están dichas, ya parece lo tenemos todo hecho y que no hay que pelear con nada. ¡Oh, hermanas mías!, no os aseguréis ni os echéis a dormir, que será como el que se acuesta muy sosegado habiendo muy bien cerrado sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa..., pues quedamos nosotras mismas” (C10,1). Este desasimiento tiene como meta el dejar abierto para Cristo los espacios del corazón, y en esta perspectiva comparte con los criterios paulinos del morir al hombre viejo para revestirse del nuevo:“Vivo yo, pero no soy yo, Cristo vive en mí” (Ga 2, 20)
Teresa no pretende con este desasimiento que nos ignoremos, que nos infravaloremos ni, mucho menos, que anulemos la persona que somos. No se trata de despersonalizar ni de aniquilar. Se trata de elevar, transformar, elevar a la Trinidad.
Tampoco se pretende anular la personalidad para que Dios ocupe el vacío que deje la desaparición del yo. Cuanto más hombre, más espiritual… más endiosado (Jn 12,24). Cuanto más yo, menos yo, menos hombre (Jn 6,57). Se trata de un yo cristificado. Necesito la humanidad de Cristo, su cuerpo y sangre, para ser recuperado, divinizado. Y Dios, por otro lado, necesita mi humanidad, mi pobre barro, mi amor, mi carne, mi libertad… (Ef 5, 2). Sí, ¡Dios necesita de mí!, sea yo un SANTO o un PECADOR, porque es AMOR. Amor insaciable el de mi Dios. (Ver “oración del alma enamorada” de S. Juan de la Cruz y 2 Subida. 5,4..7).
Es una llamada a respetar las prioridades afectivas, que encabeza Dios, El es el valor supremo, que lo relativiza todo sin anularlo. En definitiva, lo que se pretende con el desasimiento es hacer de Dios el centro de nuestra vida. La Santa sintetiza así: “Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta” (P 9). De manera que quienes están ya verdaderamente desasidos exterior e interiormente, han de “tenerlo todo debajo de los pies y estar desasidos de las cosas que se acaban y asidos a las eternas” (C 3,4). ¿Cómo poder caminar en esta liberación? “Gran remedio es para esto tener muy continuo en el pensamiento la vanidad que es todo y cuán presto se acaba, para quitar las afecciones de las cosas… aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado” (C10, 2).
En este proceso es muy importante la virtud de la humildad “son dos hermanas que no hay para qué las apartar… liberadoras de todos los lazos y enredos que pone el demonio” (C10, 3). Ambas virtudes se convierten en unas armas poderosas para afrontar todas las dificultades: “Quien las tuviere, bien puede salir y pelear con todo el infierno junto y contra todo el mundo y sus ocasiones” (C10, 3).
Teresa dice de estas virtudes que están escondidas a los ojos de quienes las poseen mientras los demás ven sus frutos: “estas virtudes tienen tal propiedad que se esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que tiene ninguna” (C 10, 4).
“Ofreced vuestro cuerpo como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; este es el culto que debéis ofrecer” (Rm12, 1) “Lo primero que tenemos que procurar es quitar de nosotras el amor de este cuerpo, que somos algunas tan regaladas… y tan amigas de nuestra salud” (C10, 5). Ver también (V40, 19).
La madre Teresa es contundente: “Determinaos, hermanas, que venís a morir por Cristo y no a regalaros por Cristo” (C 10, 5). Ver 1Co 6,19s y Col3, 3. La Santa, siempre tan discreta, pide cuidar la salud para llevar bien los rigores de la regla sin caer en profusiones y, por otro lado, de no descuidarla por el exceso de penitencias: “…con procurar la salud para guardarla y conservarla, que se muere sin cumplirla enteramente un mes, ni por ventura un día. Pues no sé yo a qué venimos” (C10, 5).
Teresa sigue manifestando la importancia de la mortificación del cuerpo para poder alcanzar la libertad de espíritu… “Cosa imperfecta me parece, hermanas mías, este quejarnos siempre con livianos males. Mirad que sois pocas, y si una tiene esta costumbre es para traer fatigadas a todas” (C11, 1). No solo entorpece el vuelo espiritual sino que como dice Teresa dificulta la vida de la comunidad misma. Viene bien recordar en este momento el hermoso texto de S. Ignacio de Antioquia: “Soy trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras, seré pan de Cristo”.
La santa diferencia entre los “males recios” (C11, 4) y los achaques de cada día “los livianos males” o “las flaquezas y malecillos de mujeres” (C11, 2). Ya que el cuerpo se acostumbra pronto a lo bueno y siempre pide más aunque no lo necesite.
Con gran facilidad se puede llegar a hacer del propio cuerpo el más importante centro de atención: “Si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada” (C11, 4). En Col 1, 24 se nos dice “completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”. Gran oportunidad, la enfermedad, para identificarse con la Cruz de Cristo y no abismo para caer en pura lamentación que atrofia la propia vida y es motivo de grandes molestias para la comunidad religiosa.
Teresa hace también la comparación con la mujer casada, que ha de soportar los males por su marido, o los enfermos que no tengan a quién se quejar y por último “¿y no pasaremos algo entre Dios y nosotras de los males que nos da por nuestros pecados?” (C11, 3).
Recurre en este momento un tema muy de la época como es el de la muerte y cómo afrontarla: “Procurad no temerla” “dejaros toda en Dios, venga lo que viniere… Y creed que esta determinación importa mucho más de lo que podemos creer; porque muchas veces que poco a poco lo vayamos haciendo, quedaremos señoras del él” (C11, 5)
e) Desasimiento de Honras: C 12 y 13
Cada uno tiene una imagen de si y, a veces, desfigurada. Sólo mirándonos en el espejo, Cristo, contemplaremos nuestra verdadera imagen. Fuera de Cristo, de su umanidad, es imposible encontrarse. Vivimos en la era de la imagen. Solemos decir que una imagen vale más que mil palabras. En ocasiones pesa en demasía la imagen externa de las personas o las imágenes que tenemos de las mismas. Somos incapaces de dejar cambiar a los otros, no les permitimos la conversión, la esperanza; y esto ocurre porque así nos comportamos con nosotros mismos.¡Cuántos fantasmas!
Síntoma de enfermedad y anquilosamiento espiritual. El amor es siempre novedad y libertad. ¿Qué imagen tienen de mí en el G.O.T.? ¿Qué imágenes tengo que cambiar? ¿Cómo es mi imagen de Dios? Sí, a Dios, a veces, le hago a mi imagen y semejanza y no le dejo ser Dios en mi vida. ¡Cuánto tiempo perdido! ¡Cuántas gracias abandonadas y pisoteadas!
Los afirma desde sus experiencias y convicciones: “a Dios lo menos que podemos ofrecerle es la voluntad y la vida” (C12, 2); “toda es corta la vida y algunas cortísimas” (C12, 2); “que el culto de la honra es pestilencia en el grupo” (C12, 4). Negra honra dirá en V 31, 23 o en C 36, 7.
Teresa, marcada por la experiencia de la época y del daño que hacía esta carrera por el honor, dentro y fuera de los muros de los monasterios, es tajante a la hora de luchar sobre este tema en este capítulo. Ver Libro de la Vida V 20, 26; 31,20s. Considera este problema dentro del monasterio como una pestilencia que hay que combatir con todas las fuerzas. Algunos consejos de Teresa para ayudarnos a tener en poco la vida y la honra: “Esto se adquiere con ir poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aun en cosas menudas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu” (C12, 1). “Que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo, que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que puede ofrecer es la vida” (C12, 2). “… la vida del buen religioso y que quiere ser de los allegados amigos de Dios es un largo martirio” (C12, 2) “Por eso mostrémonos a contradecir en todo nuestra voluntad” (C12, 3). “Que si hay punto de honra o de hacienda, que aunque tenga años de oración, que nunca medrarán mucho ni llegarán a gozar el verdadero fruto de la oración” (C12, 5). “Es imposible, si uno es humilde, que no gane más fortaleza en esta virtud y aprovechamiento, si el demonio le tienta por ahí” (C12, 6). “Y es nuestra naturaleza tan flaca… y así va perdiendo el alma las ocasiones que había tenido para merecer y queda más flaca y abierta la puerta al demonio, para que otra vez venga con otra cosa peor” (C12, 9).
También hay que huir “mil leguas” de las “malas razones”. El victimismo puede adueñarse de nuestro corazón y convertirnos en personas tristes, acomplejadas… inservibles. “De malas razones nos libre Dios”. Entendidas como esas justificaciones que buscamos cuando padecemos o sufrimos una injusticia “no tuvo razón quien esto hizo conmigo” (C13, 1). A quien no pudiere asumir esas “injusticias” Teresa le dice “tórnese al mundo adonde aún no le guardarán esas razones” (C13, 1).
Se aceptan esos sufrimientos porque, “O somos esposas de tan gran rey o no” (C13, 2). La Carmelita al entregar su vida lo hace a Cristo en cuerpo y alma, y Él desde ese momento da forma a nuestra vida. Se trata de una radical dialéctica de la cruz y del amor. Así, la mortificación no consiste tanto en la “penitencia y ayunos” sino en algo más profundo: la condición de la persona y su tabla de valores en alternativa entre “la cruz” y “el yo”.
De ahí nos invita pues a vivir en la humildad y nos pone a María como ejemplo: “parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen Santísima, cuyo hábito traemos” (C13, 3). Sí, María, la anawin de Dios.
3.- DESASIMIENTO Y ORACIÓN
Desasimiento y oración teresiana se condicionan mutuamente. Por una parte el desasido recibe la experiencia orante; por otra, la oración produce desasimiento.
a) Del desasimiento a la experiencia: “Bien creo que quien de verdad se humillare y desasiere… que no dejará el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabemos desear” (4M 2,10; V 21,9). Es muy probable que Dios de la contemplación a los desasidos; si no, no importa; lo mejor es siempre aceptar su voluntad” (C 17,7).
b) De la oración al desasimiento: A veces el orante llega pronto al desasimiento; otras veces necesita muchos años (C 39,12). El desasimiento es signo de buen espíritu y garantía de éxito en el camino del orante, a pesar de los engaños y caídas (V 19,13).
Después del matrimonio espiritual, el desasimiento de la persona enamorada de Dios llega hasta la renuncia temporal del gozo de poseer a Dios: “Ahora es tan grande el deseo que tiene de servirle, y que por ella sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudiesen, que no sólo no desean morirse, más vivir muy muchos años padeciendo grandísimos trabajos…; su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado” (7M 3,6).
El desasimiento es fuente de libertad y señorío, excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, tanto en lo material como en las relaciones interpersonales. El egoísmo repliega sobre sí mismo, el amor dilata y engrandece, por eso solamente el amor es capaz de compartir. La persona desprendida no pone el acento en nada, porque ha optado por el “Todo”. En frase de la Santa: “sólo Dios basta” (Poesías) y ésta no es una frase excluyente sino más bien sintetizante porque en Dios lo halla todo. Posee el mayor bien: su relación personal con el Señor, donde encuentra toda su riqueza y felicidad. Pero para ello es necesario “… mirar mucho en andar contradiciendo la propia voluntad, hay muchas cosas que quitan la santa libertad del espíritu que desea volar hacia su Creador, pero sin ir cargada de tierra y plomo".
4.- CONCLUYENDO
El desasimiento consiste en una opción por Dios, según la cual se hace de Él el único bien, quedando todos lo demás relativizado. Al comenzar a hablar de esta virtud, la Santa introduce el tema con las siguientes palabras: "Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo si va con perfección... Porque abrazándonos con sólo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado..." (C 12,1).
Tal como ella lo entiende, el desprendimiento o desasimiento unifica todas las fuerzas de la persona y la concentra en Dios. También conviene tener presente que esta virtud es previa a la maduración religiosa. La fuerza, pues, de esta actitud, según el parecer de Santa Teresa, se halla en que orienta todas las apetencias y anhelos de la persona a Dios.
Este desprendimiento nos lleva también a ordenar nuestra afectividad con respecto a cosas, personas y lugares. No atarnos a nada ni a nadie, sino sólo a Dios y al cumplimiento de su voluntad. Al hablar de desasimiento nos dice que es el camino de la libertad, nos ayuda y capacita para vivir la comunión con Dios y con los hermanos.
Encontramos tres niveles en el proceso de desasimiento:
a) desasimiento del mundo, es decir no dejarnos llevar por su mentalidad y sus halagos.
b) desasimiento o desapego de las personas, en particular de los familiares (deudos).
c) Otro frente de combate para adquirir la libertad es el desasimiento de uno mismo, no dejemos al ladrón dentro de la casa (C 10,1) .
A pesar de las renuncias hechas por el religioso al dejar todo e ingresar, todavía es necesaria la vigilancia para liberarse de sí mismo. Teresa es consciente de que éste es el negocio más importante, pues, de lo contrario el ladrón se ha quedado en la casa con las puertas cerradas. El camino para salir de esta encrucijada es buscar en todas las cosas el querer de Dios y no dejarse guiar por los caprichos del momento. El desasimiento lleva un don total de sí mismo a Dios: "El punto está en que se le demos (el palacio del alma) por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia... Y como él no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo, hasta que nos damos del todo" (C 28,12).
Con Santa Teresa decimos: